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Relaciones internacionales entre movimientos sociales: un nuevo Foro Social Mundial

Extracto de Boaventura de Sousa Santos, El Futuro Comienza ahora: de la pandemia à la utopia. Madrid: Akal, 2021

 

La primera gran ola de internacionalismo de los movimientos y organizaciones sociales progresistas empezó a mediados del siglo XIX y fue protagonizada por el movimiento obrero y las asociaciones de trabajadores. De ahí surgieron las diferentes federaciones internacionales de sindicatos, que reflejaban en su organización las fracturas producidas por aquel entonces entre el movimiento comunista y el movimiento socialista. La segunda gran ola se dio a mediados de la década de 1950 y fue protagonizada por los movimientos de liberación anticolonial. Esta tuvo su momento álgido en la Conferencia de Bandung, en 1955, donde surgió el Movimiento de los No Alineados. La tercera gran ola ocurrió en plena era del neoliberalismo globalizado y la protagonizaron un conjunto muy heterogéneo de nuevos movimientos sociales que luchaban contra la globalización neoliberal, pero que pretendían aprovechar las oportunidades de interconocimiento y de movilidad que esta permitía. Es por ello por lo que los llamé globalización contrahegemónica (Santos, 1995, 2002a). Tuvo varios momentos de emergencia, como el levantamiento zapatista en el sur de México y el internacionalismo que promovió (1994-hasta hoy), las protestas de Seattle contra la reunión de la Organización Mundial del Comercio (1999) y, finalmente, el primer Foro Social Mundial en Porto Alegre (2001).

 

Antes de concluir este libro quiero hacer una mención especial al FSM, no solo por haber participado en él desde sus comienzos, sino también por pensar que actualmente sigue teniendo la capacidad de hacer avanzar las tareas de transición paradigmática trazadas en esta obra. 2

 

Cuando se reunió por primera vez en Porto Alegre en 2001, el Foro Social Mundial era un fenómeno social y político nuevo. El hecho de tener antecedentes no le restaba su carácter novedoso, más bien al contrario.

No era un evento ni una mera sucesión de eventos, aunque intentara dar relevancia a sus reuniones inicialmente anuales. No era un congreso académico, aunque convergieran en él las contribuciones de muchos académicos. Pese a contar con la participación de militantes y activistas de muchos partidos de todo el mundo, no era un partido o una internacional de partidos. Aunque en su concepción y organización participaran organizaciones no gubernamentales, no era una organización no gubernamental o una confederación de organizaciones no gubernamentales.

Aunque se reunieran en él muchos movimientos sociales y pese a que muchas veces se autodenominó como el movimiento de los movimientos, no era un movimiento social. A pesar de presentarse como un agente de la transformación social, el FSM rechazaba la noción de un sujeto histórico o de un sujeto político global y no daba prioridad a ningún actor social específico en los procesos de transformación social.

No asumía una ideología claramente definida, tanto en lo que rechazaba como en lo que defendía. Sí que es verdad que se afirmaba como lucha contra la globalización neoliberal, pero no lo es que la mayoría de los movimientos y organizaciones que participaban en este se consideraran en lucha contra el capitalismo en general. El FSM se afirmaba como el promotor de luchas contra la discriminación, la exclusión y la opresión, pero no parecía hacerlo en nombre de un horizonte futuro bien definido. Teniendo en cuenta que la amplia mayoría de los participantes del FSM se identificaba como defensora de una política de izquierda, en el FSM cabrían muchas definiciones de “izquierda”. Además, muchos de ellos se negaban a que los etiquetaran como de izquierda o de derecha por considerar que esta dicotomía era un particularismo eurocéntrico y proponían definiciones alternativas.

De todos modos, las 3 luchas sociales que encontraban expresión en el FSM no se ajustaban del todo a ninguna de las vías de transformación social reconocidas por la modernidad eurocéntrica: reforma y revolución. Además del consenso sobre la no violencia, sus formas de lucha eran extremadamente diversas y se distribuían continuamente entre la lucha institucional y la lucha extrainstitucional, en las calles y plazas y en los territorios. Incluso el concepto de no violencia estaba abierto a las interpretaciones más dispares (¿acaso era legítima la violencia contra la propiedad?).

Por último, el FSM no estaba estructurado de acuerdo con cualquiera de los modelos de organización política conocidos, como el centralismo democrático, la democracia representativa o la democracia participativa. Nadie representaba el FSM y nadie estaba autorizado a hablar en su nombre. Aunque se hubiera concebido como una foto que facilitaba las decisiones de los movimientos y las organizaciones que participaban en él, el FSM no tomaba decisiones en su propio nombre.1

1 Para una mejor comprensión del carácter político y de los objetivos del Foro Social Mundial, véase la Carta de Principios en https://transformadora.org/es/sobre/principios

Las únicas decisiones posibles no tendrían contenido político y solo versarían sobre el desarrollo del proceso del FSM. Y, para maximizar la despolarización y la inclusividad, estas decisiones se tomarían en consenso en el Consejo Internacional creado por aquel entonces. Se puede defender que estas características no fueran totalmente nuevas, puesto que algunas estaban asociadas a lo que se acordó llamar “nuevos movimientos sociales”. Sin embargo, la verdad es que estos movimientos, independientemente de si eran locales, nacionales o globales, eran temáticos, mientras que el FSM acogía potencialmente todos los temas, es decir, se veía como intertemático o incluso transtemático. La dimensión utópica del FSM consistía en proclamar la existencia de alternativas a la globalización neoliberal. En este sentido el FSM se afirmaba como la organización alternativa al Foro Económico Mundial (FEM), que se reunía regularmente en Davos con el objetivo de consolidar la era neoliberal del capitalismo global. No fue por casualidad que las fechas del FSM al principio coincidieron con las del FEM.

Como he defendido a lo largo de este libro, el confinamiento del mundo en la lógica capitalista se remonta a la década de 1980. Todo estaba dominado por una ideología antiutópica, aunque Franz Hinkelammert (2002) prefiriera definir ese tiempo como un tiempo de utopías conservadoras cuyo carácter utópico se basaba en su negación radical de alternativas a la realidad del presente. No se daba crédito a la posibilidad de haber alternativas precisamente por ser utópica, idealista e irrealista. Todas las utopías conservadoras se basan en una lógica política basada en un único criterio de eficacia, que rápidamente se vuelve un criterio ético supremo. Según ese criterio, solo tiene valor lo que es eficaz. Cualquier otro criterio ético pierde su valor al considerarse ineficaz. El neoliberalismo se había afirmado como una de esas utopías conservadoras, para las cuales el único criterio de eficacia era el mercado o las leyes del mercado. Su carácter utópico se basaba en la promesa de que su realización o aplicación totales eliminaría todas las otras utopías. Según Hinkelammert, “esta ideología extrae de su furioso antiutopismo la promesa utópica de un nuevo mundo. La tesis básica es: quien destruye la utopía, la realiza” (2002: 278). De hecho, lo que distingue las utopías conservadoras de las utopías críticas es el hecho de que las primeras se identifican con la realidad presente y descubren su dimensión utópica en la radicalización o en la realización completa del presente.

Así pues, el horizonte de las utopías conservadoras es un horizonte cerrado, el fin de la historia. Este fue el contexto en el que surgió el FSM; en dicho contexto, la reivindicación de la existencia de alternativas en plural era suficientemente tentadora. Esto justifica la atención mundial de la que fue foco, tanto de quienes anhelaban una transformación social como de quienes querían evitarla y veían al FSM como el embrión de algo amenazador para sus intereses. Este no es el lugar para analizar la evolución del FSM en estos últimos veinte años.2 En la primera década de su existencia, el FSM demostró una gran vitalidad al participar tanto en foros temáticos, regionales como nacionales. A partir de entonces, pese a seguir siendo conocido como un espacio abierto de interconocimiento progresista, empezó a perder alguna capacidad de atraer nuevos movimientos. A lo largo de la última década fueron surgiendo varios temas de fricción y de conflicto que siguen presentes en la segunda década.3 Las divergencias principales incidieron en los siguientes temas:

1) Inclusividad. La participación en las sesiones del FSM era muy selectiva, tanto en lo que se refiere a los movimientos y luchas como respecto a los continentes. Las sesiones eran presenciales y las grandes organizaciones eran las únicas capaces de costear su participación y la de “sus” organizaciones o movimientos de ámbito local. De hecho, la selectividad también ocurría en los movimientos y organizaciones del país donde se realizaba el FSM. En términos continentales, el subcontinente latinoamericano estaba excesivamente representado y, en su seno, Brasil. A partir de mediados de la década de 2000, debido a supuestos motivos de seguridad, la llamada “guerra contra el terrorismo” creó un obstáculo añadido al desplazamiento internacional de algunos movimientos y organizaciones originarios de algunos países con religión predominantemente musulmana.

2) Democraticidad interna. Pese a existir un amplio Consejo Internacional, que de hecho no fue fácil de renovar, se fue creando la percepción de que un pequeño grupo de miembros influyentes  2 Muchos lo hicieron. Véanse, entre otros, Fisher y Ponniah (orgs.) 2003; Santos, 2005b y 2006b; Waterman, 2008; Smith et al., 2012; Sen (org.) 2017 y 2018. Véase también la revista Globalizations (vol. 17, issue 2, 2020) con un amplio conjunto de artículos dedicados al Foro Social Mundial, disponible en https://www.tandfonline.com/toc/rglo20/17/2, consultado el 13 de agosto de 2020. 3 Ya en 2005 algunos participantes, entre los cuales yo mismo, firmaron el Manifiesto de Porto Alegre, y propusieron cambios (Santos, 2006b: 120-126 y 205-207). 6 (mayoritariamente brasileños) controlaba las agendas y las decisiones, y usaba la regla del consenso para bloquear cualquier tipo de iniciativa que fuera contra sus posiciones. Como es habitual en las organizaciones, este grupo, pese a ser informalmente dominante, intentaba deslegitimar cualquier posición contraria con el argumento de que quien la formulaba “quería tomar el poder”.

 3) Intervención. Según la Carta de Principios, el FSM no podía tomar decisiones políticas en su propio nombre, aunque se incentivara a las organizaciones integrantes del foro a hacerlo individual o colectivamente. Una medida aparentemente tomada para ampliar la inclusividad del FSM se transformó con el paso del tiempo en el gran factor de su paralización. Al principio, aún fue posible identificar el FSM con la gran movilización mundial contra la invasión a Irak de Estados Unidos, pero desde entonces el FSM se fue quedando al margen de las decisiones sobre temas para los que había amplios consensos, como la reforma de la ONU o las declaraciones de repulsa por actos políticos altamente reprochables (entre muchos otros, el golpe jurídico-político contra la presidenta Dilma Rousseff, la condena judicialmente manipulada del expresidente Lula da Silva, los asesinatos políticos de líderes sociales en varios países, sobre todo en Colombia, o el asesinato de Marielle Franco, la diputada municipal de Río de Janeiro, un asesinato sumamente importante).

El absentismo del FSM de las plataformas en las que se tomaban decisiones y se manifestaba solidaridad y se ejercía presión con visibilidad política provocó que se fuera volviendo cada vez menos relevante. Muchos de los promotores del FSM intentaron alertar desde el primer momento sobre estas cuestiones, como por ejemplo en el Manifiesto de Porto Alegre en 2005 y, el año siguiente, en el Llamamiento de Bamako, pero las alertas no tuvieron ningún eco. Con el tiempo, muchas organizaciones y movimientos se fueron alejando. La participación de estas organizaciones y movimientos en el FSM había pasado a ser, en el mejor de  los casos, una pérdida de tiempo, ya que no se decidía nada o, si se decidía, no tenía impacto en sus luchas. O, en el peor de los casos, porque se sospechaba que, por detrás de la rigidez del consenso, se escondía una agenda política bien definida para que no se abordaran temas “más sensibles” o para evitar cualquier tipo de radicalización de las movilizaciones. Hoy en día el FSM parece irreformable.

Al margen de este, ha ido surgiendo una nueva energía internacionalista popular protagonizada por activistas más jóvenes, sobre todo mujeres, interesadas e interesados en crear un sujeto político global, interiormente diverso, con voz y capacidad de intervenir en la solución de los problemas que afectan a la humanidad y la naturaleza como un todo. Si esa energía se pudiera trasladar al FSM, este podría conquistar una segunda vida. En el caso de no ser posible, el FSM se convertirá en una ruina-semilla (véanse los capítulos 9 y 10). No obstante, como hoy la necesidad a la que este dio respuesta en sus orígenes aún es más urgente que entonces, el vacío no tardará en ser rellenado por nuevas generaciones de activistas que sabrán aprender de los errores que transformaron el FSM en una oportunidad perdida.